Las recientes teorías sobre el emprendimiento resaltan la importancia de que para tener éxito en un proyecto hay que identificar un problema que tengan las personas y tener la capacidad de ofrecerles una solución. El paso siguiente sería diseñar una propuesta de valor sobre esa solución que nos haga atractivos y mejores que la competencia.
Hace mucho tiempo soy consciente de que, a pesar de los cuantiosos recursos públicos y privados destinados, una gran parte de la población activa española no sabe cómo enfrentarse eficazmente a los procesos que pueden facilitarle el acceso al trabajo de sus sueños. Están, por así decirlo, «desnortados».
Ese convencimiento ha sido corroborado recientemente gracias a mi participación como docente en el Programa Reinnovate 2020 de la Agencia de Innovación y Desarrollo Económico del Ayuntamiento de Valladolid, donde he impartido varios cursos online de sistemas y técnicas para encontrar empleo o mejorarlo con mis amigos de Excellence Innova S.L. El pasado domingo salíamos en un reportaje sobre ello que pueden ver pinchando aquí.
Además de un entorno cambiante y líquido como al que ya nos enfrentábamos, la llegada del COVID ha actuado como catalizador de determinados procesos con enorme influencia en el mercado de trabajo. Prácticamente de la noche a la mañana hemos comenzado a escuchar palabras como teletrabajo o digitalización y hemos tenido que adaptarnos a las mismas.
Es cierto que en la Red está prácticamente toda la información y los recursos necesarios para que una persona acceda al mercado de trabajo, pero está dispersa y hay que tener criterio suficiente para escoger la más adecuada. Lo más posibles es que si alguien quiere aprovechar los recursos que ofrece la red, acabará sepultado y abrumado por infinidad de recetas, propuestas y soluciones generalistas y poco individualizadas.
En teoría, cualquier persona que precise orientación puede acudir a los servicios públicos de empleo o a los diferentes programas financiados con fondos públicos. Allí se encontrará con que no siempre sus necesidades casan con la oferta de servicios disponibles, ya sea por cuestiones de calendario, localización o colectivo de adscripción. En el mejor de los casos y respetando el trabajo de los orientadores, se encontrará con soluciones pret a porter generalistas y no el traje a medida que precisa. Eso sin querer entrar en la más que deficiente política de difusión de la existencia de esos recursos, que hace que los conozcan muchas menos personas de las que los necesitan.
Hay que tomarse en serio y de una vez por todas la orientación profesional y ser capaces de diseñar y ofrecer un sistema adecuado y que responda con rapidez a las necesidades de los ciudadanos. Y esa orientación, que debería comenzar en las fases tempranas del período educativo, debe ser realizada por profesionales con los conocimientos y las competencias adecuadas. Una orientación apropiada impartida en el momento preciso y por buenos profesionales incidiría positivamente en los niveles de fracaso escolar y en la optimización de los recursos públicos.
Otro tema que deberíamos plantearnos como ciudadanos que tenemos un problema o necesidad es si la solución al mismo debe provenir únicamente de los canales públicos gratuitos o estamos dispuestos a invertir en nosotros y a pagar por unos servicios profesionales, como pagamos por otro tipo de productos o servicios que mejoran nuestra calidad de vida.
Esa disyuntiva es complicada, pero las circunstancias nos obligarán a tener que enfrentarnos a ella ya que España ha dejado de ser un país receptor puro de fondos europeos. Esos fondos, que permitieron diseñar y mantener unas redes y sistemas de orientación y apoyo muy necesarios y amplios, prácticamente se han agotado. La financiación de nuestras administraciones, más reducida, debe centrarse ahora en aquellas personas que por su perfil más próximo a la exclusión más lo necesitan.
La duda es si los ciudadanos y ciudadanas son conscientes de que tienen un problema y que una posible solución pasa por buscar ayuda profesional invirtiendo en ello.