Ante las noticias con las que actualmente nos bombardean desde cualquier medio de comunicación, he creído pertinente exponer estas humildes reflexiones para intentar generar un debate que creo cada vez más necesario.
Que estamos inmersos en un mundo fluido es una realidad irrebatible. Quizá los y las terraplanistas intentarán negarlo, pero a pesar de lo que piensen y cuantos sean, su tiempo pasó, junto con el de la Inquisición, aunque no quieran reconocerlo.
Los más cool prefieren hablar de un mundo VUCA, ese concepto fraguado en la década de los noventa en el Colegio de Guerra del Ejército de los Estados Unidos para describir las condiciones resultantes de la Guerra Fría. Responde al acrónimo inglés formado por los términos Volatility (Volatilidad), Uncertatinty (Incertidumbre), Complexity (Complejidad) y Ambiguity (Ambigüedad). El entorno VUCA está presente en todos los sectores profesionales como el de los servicios, industria, tecnología o banca, donde los avances tecnológicos o las fluctuaciones propias del mercado económico son los causantes de la inclusión de las organizaciones en este tipo de entornos.
A mi personalmente me gusta más el concepto de fluidez o liquidez acuñado por Zygmunt Bauman, controvertido filósofo polaco que fue siempre una mala hierba. Primero en su Polonia natal, cuando tuvo que huir primero del totalitarismo nazi y luego del estalinismo. Mala hierba también por criticar, siendo judío, el sionismo, y mala hierba en los últimos días de su vida desde su cátedra de Leeds viendo muy de cerca el retorno del odio al extranjero con el Brexit.
Esa fluidez del entorno está presente en nuestra vidas como ciudadanos y ciudadanas y a la vez en nuestras familias y trabajos. Unos la asumen y toman las medidas oportunas para fluir con su entorno, adaptándose con flexibilidad para aprovecharse de sus ventajas y minimizar sus inconvenientes. Otros, espero que los menos, niegan la mayor y siguen aferrados a conceptos, soluciones y modos de vida propios de siglos pasados que no volverán. Un tercer grupo es el de aquellas personas que se limitan a asustarse ante los cambios y a adoptar la postura del avestruz, sin hacer nada, esperando que todo pase. Como si eso fuera posible.
Las reflexiones que me atrevo a hacer están localizadas y referidas al entorno que conozco, al de España en particular. Quizá otros países contemplen la fluidez desde otro punto de vista, mejor o peor. A mis años, o quizá por ellos, no descarto una emigración filosófica. Portugal está aquí al lado y desde mi punto de vista son bastante más sensatos como sociedad que nosotros, pero esa es una opinión muy particular.
Los cambios del entorno ya eran evidentes antes, pero la pandemia los ha acelerado. De repente y en muy poco tiempo hemos sido capaces de trabajar desde casa e incluso seguir nuestras vidas académicas. Con problemas, pero sin detenernos. Estamos ante un cambio de ciclo y este es el momento de dar un salto adelante si queremos seguir formando parte de las naciones punteras donde uno desearía vivir. Y ese salto hay que darlo todos y todas juntos como sociedad y con convencimiento.
Las empresas deberán ser conscientes de que tienen que modificar su estrategia incorporando grandes cambios como el teletrabajo, la flexibilidad laboral o un nuevo tiempo de trabajo. Todo ello bajo la óptica de la creación de valor y tras una negociación cuyo objetivo sea la mejora de las personas y el talento. Los negocios cuyos beneficios están basados en planteamientos como bajos salarios, muchas horas, etc., tienen los días contados. Por desgracia en nuestro país todavía hay demasiados de estos.
Los ciudadanos y ciudadanas, trabajadores y trabajadoras, también deberán implicarse y dar los pasos necesarios para adaptarse. Tendrán que inclinarse por una educación y una mejora continuada de su empleabilidad a lo largo de toda su vida. También tendrán que ser capaces de aportar su creatividad, ya sea dentro o fuera de su lugar de trabajo. Crear valor es la meta para todos y todas.
Y luego está esa parte tan fundamental de nuestra sociedad, la que sostiene ese «estado del bienestar» que nos merecemos y por el que apostamos la mayoría de nosotros y nosotras. Las administraciones, el servicio público, tan denostado a veces pero tan imprescindible. Es una pena que solo nos acordemos de Santa Bárbara cuando truena y no apostemos por servicios públicos de calidad en todo momento, blindándolos y dotándolos de recursos humanos y de otro tipo.
Estos días se habla mucho de falta de personal en la administración, de los interinos e interinas, del cambio del modelo de acceso al trabajo público, pero echo en falta voces que planteen cambios disruptivos, como disruptivo es el entorno que nos rodea. No podemos seguir basando nuestras políticas de empleo público en los mismos sistemas, emanados de la doctrina napoleónica. Habrá que hacer cambios tanto en los sistemas de acceso a las diferentes administraciones como en las exigencias a los trabajadores y trabajadoras públicas si queremos que el sistema siga cumpliendo su impagable función. A lo mejor no sería tan descabellado proponer un sistema público y transparente de retribuciones de obligado cumplimiento para nuestros servidores y servidoras públicas (incluyendo nuestros/as representantes políticos) que comenzando por el Presidente/a del Gobierno y acabando por el trabajador/a de menor categoría laboral de cualquier administración definiera sus salarios en base a criterios objetivos. Eso evitaría arbitrariedades a la hora de la fijación de salarios de algunos representantes políticos con pocos escrúpulos y también el «dumping» salarial entre las diferentes administraciones y entre comunidades autónomas que tanto daño está haciendo a nuestra sanidad, por citar un ejemplo.
Como país no podemos perder más tiempo y debemos luchar por la industrialización, y por la digitalización. También y muy especialmente por una educación consensuada, no dogmática y mucho menos sectaria que facilite mejoras a las personas y vuelva a ser el ascensor social de otros momentos. Todo ello sin olvidar la lucha activa por una sostenibilidad ambiental, adaptando nuestras maneras de vivir para respetar unos recursos cada vez más escasos.
Antes de finalizar no puedo dejar de destacar un tema que considero prioritario. Un tema que como sociedad no podemos obviar y que forma parte por derecho propio de la fluidez del nuestro actual entorno. Me estoy refiriendo a la necesidad de contemplar la inclusión como una meta. La inclusión de las personas migrantes, de las personas sin recursos, de las personas con alguna diversidad funcional. Si como sociedad no somos capaces de visibilizarlos y trabajar por y con ellos y ellas, estaremos desperdiciando valor en vez de crearlo, porque cada una de esas personas es capaz de aportarlo si se le facilitan los medios.
Quizá estas reflexiones no interesen a nadie, pero yo estoy convencido de que un mejor futuro es posible si nos ponemos a ello sin demorar un instante.
Yo, por mi parte, no descarto emigrar a Portugal en busca de tranquilidad y sensatez.
Y tú ¿qué mundo prefieres? Este o este otro
Espero tus comentarios.
Bartolomé Zuzama
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